Bitácora III: El alimento más ansiado.


Después de tantas ansias de escucharte, mi niño y yo nos quedamos dormido antes que tu llamada. Ahora me cuesta mucho tranquilizarlo, y hasta le canto a ver si se calma y se vuelve a dormir. Pondré el teléfono bien cerca a mi lado y vibrando también para que el sueño no nos distraiga de despertarnos. Escuchar tu voz es el alimento más ansiado.

Bitácora II: Disculpas por mi niño, manejando la insoportable longitud de cada minuto sin ti.


Me disculpo si en ocasiones me vuelvo tan impulsivo o molestoso.

Hay un niño en mí que me tiene a cada ratito preguntando que dónde estás; que si esta trabajando; que si todo va bien. Yo le explico de mil formas y maneras pero parece que no le convence. Te extraña mucho y a veces hasta se le aguan los ojos cuando se percata la distancia al contar cada uno de los besos contenidos faltos de cachetes, o un pecho, o una frente para manifestarse.

Hay un niño, que aún en su adultez se conmueve de emociones, se desespera, pataletea, hasta se moquea en ocasiones cuando el tiempo decide tomarse de sí en un letargo nada agradable. Lo abrazo, le canto, le pongo la televisión, nos ponemos a aprender cosas nuevas, a releer los últimos mensajes, revisitar cada foto y reanimar los recuerdos que aguardan consigo. Cada uno de ellos resultan ser un pequeño gran suspiro de tu existencia «tan fotográficamente distante», que consuela, revoluciona todos los sentidos a la vez que sirve de aliciente para enfrentar el próximo minuto.

Te amo como no tienes idea, y es por ése amor que extrañarte se hacen tan fuerte. 

Bitácora I: La ansiedad de extrañarte


Acá las horas se convirtieron en melaza y andan con el pie arrastrao, pero sin poder dormir. Me preguntaba si, de paso, podrías verificar en la maleta a ver si te llevaste a Morfeo contigo, porque yo no lo encuentro por ningún lado en esta casa. Desde que te fuiste lo llevo buscando para coger un buen sueñito hasta la hora que me llames y me digas que aterrizaste, que vaya saliendo a buscarte.
La horas no quieren comer por falta de apetito; tienen mucho que hacer, pero el reguero que llevan adentro no les deja concebir nada. Tan solo pueden respirar por la nariz por que ya el agua les ha tapado la boca y hasta se les olvidó nadar. En realidad no es nada pues esta llanito y ellas saben que ni tienen que nadar, pero el mundo se les detiene por dentro y ya no conciben otro mundo posible que no sea el momento en que regreses; en el momento en que te tenga de nuevo en presencia, acaramelao, achocolateao, comiéndonos a besos y permitiéndole al mundo que de nuevo vuelva a girar, para que la vida continúe; y que esta casa vuelva a ser de nuevo un hogar. 

Desquicie en «lay away plan»


La novia se huele que ya no la quieren. Acá entre nos, históricamente se ha visto que él sólo quería una jevita pa’ cuando hace mucho frío por allá, tener un lugarcito caliente en el Caribe dónde resguardarse, y conservar los guisitos que tenía por acá. Pero ya poco a poco se ha ido quitando de los guisos, ya ha vendido buena parte de sus casas y empresas. Ahora hay otra jevita en Cuba el cual él llevaba tiempo buscándole la vuelta y parece que como el papá Fidel ya esta viejo, esta velando la güira a ver cuándo estira pata para reconquistarla. Cuba fue siempre su querendona y, pues como Puerto Rico le abría las puertas y les reía las gracias, mientras que papá Fidel lo tostoneaba y lo sacaba de la isla, ¿cómo ignorarla?

Lo que no es de ignorar es la manera en que jugó con Puerto Rico. Le llenó papeles falsos, la engatusó con sueños falsos y le incrustó recuerdos falsos que nunca existieron. A ella se le olvidó su lugar: tan sólo era y es la jevita del Caribe; la que vistió, maquilló y arregló tan regia, como a cualquier vitrina a ver si con eso llenaba de celos a la jevita en Cuba, pero aquella sí era fuerte. Con todo y desprecio, encerronas y bloqueos aquella aguantó y aguantó y sacó un carácter que la puso en el mapa, a pesar de él.

Hoy ella -Puerto Rico- anda de duelo. Cada día hasta sus familiares más leales a él se les han virado en contra después de ver tantas movidas, que hasta le han sugerido que se vaya de su lado; ‘qué él sólo ha sido un fraude y que ya no la quiere’. Ella aguanta mucho -demasiado- pero con una tristeza adentro, pues de su casa, como la canción de Gardel: 

«hasta el perrito compañero 

que por su ausencia no comía, 

al verle sólo el otro día

también lo dejó.»

Ella nunca se fijó un porvenir. Confió demasiado en su palabra y se ilusionó tanto con la boda que nunca llega, que nunca se consideró una vida independiente. Ahora se siente que perdió tanto de su vida esperando ése momento que perdió 118 años de su vida y ahora no sabe a dónde coger o qué hacer, mientras se la come la pobreza, la deuda y la desesperanza.

Bendita seas por siempre! Tú eres mucho más que su mera «jeva» o su «vitrina del Caribe». Pa’ lante Puerto Rico! Si consideras que hay que echar para atrás un poco, que sea porque tu sabiduría así te convoca y no para complacer a otro pendejo que te quiera vender sueños vacíos. La pausa y el mirar para atrás también es saludable a la hora de fijarse un destino. Fíjate un destino mayor; tú eres GRANDE. Atrévete, vive!

Por: Roberto G. Rivera Sánchez 2016

imaginario


Por: Roberto G. Rivera Sánchez ©2012

imaginario vino a visitarme. Hablamos por largas horas y nos pusimos al día con nuestros encuentros y desencuentros con la realidad. Aquel tipo frío, agrio y prejuicioso, de alguna manera u otra siempre logra colarse entre nuestras conversaciones. Vida dura y necesaria; vida blanda también , por momentos… «a término medio se cuece la vida» -me decía. imaginario no se considera un nombre, ni verbo, ni adjetivo, sino todos a la vez. No le gusta que lo escriba con letra mayúscula, ni aun cuando le toque ser la primera palabra de la oración, o mucho menos que lo ponga de título… por lo que éste escrito será entre tú y yo.

Curiosamente, me reveló que en uno de sus viajes, conoció a una hermosa mujer que le recordó a mí: refugiada en pasaje de vida que por momentos suspendía para conectarse con sus otras dimensiones en el mundo. Ama a la gente, aún cuando se le desprecia, o aún cuando sabe para lo que vienen. Me cuenta que también le ocurrió como conmigo, que cuando la visita, el tiempo se devuelve a su rincón desconocido, y las horas hacen fiesta con las manecillas y hasta el sol y la luna van y vienen sin que el mundo se entere. Dice que también se cuestiona muchas cosas; que también vio la luz en medio de las tinieblas; que las noches le susurra un pequeño vacío en las noches aun cuando se encuentra despierta; que se vive el sueño a cada momento; que se conforma con al menos vivir por lo que sueña; que no se conforma con dormir en lo que llega la madrugada, que la madrugada a ella la encuentra mientras está despierta; que no se molesta si la guagua de Morfeo le llega tarde o no le llega… reconoce que el tráfico es muy pesado en la noche.  «Ella se vive los caminos…» -me dice- «… sean duros o blandos y los come como sea: sean crudos o a la brasa.» -concluye.

Tarareando con mis más reciente trabajo – Memorias


Tarareando en clave el son de los 70 from Carlos Rivera on Vimeo.

Documentación de las presentaciones del libro Tarareando en clave el son de los 70 de la Dra. Julieta Muñoz Alvarado. Disponible en Librerías La Tertulia.

Quería compartir con ustedes mi último trabajo en colaboración con Carlos Ismael Rivera. Está basado en el libro que escribió la Dra. Julieta Muñoz Alvarado sobre sus memorias en la década de los 70s, donde fue investigadora del periódico Claridad, activista, perseguida y carpeteada por el gobierno de Puerto Rico en la década de los 70s, a la vez que fue una joven universitaria en tiempos en que la juventud también jugó su papel en duras y dulce-amargas lecciones. Una mujer de gran admiración y al que hemos tenido una gran oportunidad de compartir grandes momentos y crecer algunos tantos más. Espero que lo disfruten y el más caluroso de los abrazos para todos.

RGRS

Cuentos de sol y sal en la noche.


Por: Roberto G. Rivera Sánchez (c) 2012

Cuentos de sol y sal en la noche. Son largas conversaciones con el monstruo amigo mío, pues él me conoce y sabe cómo darle ánimos al corazón mientras se cuece por dentro. Me conoce de toda la vida aunque yo apenas lo conocí hace poco. Antes me daba miedo y le huía escondido entre las sábanas con los ojos cerrados. Pero, sea por edad o por la razón que sea, logré dejar de verlo con cara aterrada y me dí la oportunidad de conocerlo y ahora somos grandes amigos. De esos amigos que uno suele llamar «hermano»; aquellos que encuentran en su mirada una luz que uno puede llegar a jurar que nos conocemos desde hace más de una vida, aunque tan sólo llevemos poco tiempo.
Nos tomó muchos años de vida para crecer y reconocer esa mirada cuando se tiene de frente. Es una mirada muy distinta del amor. Es amor pero distinto. Es aquella que no precisa de un beso ni de unir los cuerpos para sellar algún pacto en el alma, sino que atesora el momento vivido, da espacio a la distancia y el reencuentro es como si el tiempo nunca hubiera pasado por estas calles.
El monstruo amigo mío y yo, aguardamos esa mirada. Mucho reímos y nos burlamos el uno del otro, porque ambos reconocemos que tan sólo somos amigos invisibles: él invisible para ustedes y yo invisible en el suyo. Somos los nadies en los ojos de los otros, pero eso nos da una ventajas a su vez, pues seguramente se espantarían los demás de su mundo si me vieran, y ustedes, sé que se espantarían si lo vieran de verdad. Así que seremos un mero mito en la vida de cada cual; una hermosa historia de mentiras y verdades.

Es posible…


Por: Roberto G. Rivera Sánchez ©2012

Es posible que debajo de la barba,
haya una criaturita obsesiva
que juega a que camina por el cielo,
acostado en la grama
con los pies hacia arriba.

Es posible que el eco
haya enmudecido.
Que cuando grito tu nombre,
el viento se robe el sonido de mi voz,
para luego esconderlo
en alguna vieja canasta de panes recien horneados
que crecen en silencio.

Es posible que al otro lado del horizonte
-allá donde se esculpen utopías de ganas-
se cuezan destellos de incomiables,
pero feroces desilusiones.

Que ya nada tenga que buscar el navegante
habiendo o no encontrado
el punto donde termina el mar.

El hombre y su montaña


Por: Roberto G. Rivera Sánchez ©2012

Ya el quebranto alcanzó su garganta. Sospecha que ella lo ve como un fantasma ante sus ojos, por lo que se siente caminando en medio de un pulgatorio de vivos y muertos. Ella lo mira pero son miradas que se cruzan entre quererlo y querer algo más; lo mira, pero interesa también la mirada de otros ojos que la miren, por lo que el hombre no puede tener un lugar muy vistoso en la montaña. El dilema es que a la montaña le resulta conveniente la presencia del hombre, porque al hombre estar, el resto de los organismos más cercanos se sienten más confiados en la vivir en la montaña. Aparentemente, la presencia del hombre le trae una estabilidad al ecosistema.

Por otro lado, entre ellos se vierte un extraño juego de miradas: unas ocultas, otras paralelas y otras que parecen no saber mirar. Él intenta hablarle a la montaña, pero ella parece andar escasa de ecos. Sólo uno que otro sonido es devuelto, pero no más. Él cuestiona sus intensiones para con la montaña, mientras se halla perdido por sus veredas. Abraza cada paso del camino que se extiende aun más lejos por cada paso que da. A veces le falla la memoria en su mente, pero el corazón no cesa de recordarle el por qué recorre la montaña. Se piensa que no es suficiente para amar la montaña, por lo que se ha dado a la tarea de besar cada parte de la montaña aun los rincones más remotos e inexistentes, mientras le susurra «te amo» una y otra vez. Cabizbajo, el hombre sigue caminando y su corazón, aunque con carga pesada, se sostiene en sus hombros.

Líos de amores


Por Roberto G. Rivera Sánchez ©2012

En el trayecto de la vida, he sido afortunado de contar con varios amores. El «problema», si se puede decir así, es que todas ocupan un lugar tan importante, que se me hace casi imposible escoger solo una con la cual comprometerme de manera exclusiva. Cada vez se me hace más difícil mirarlas a todas con ojos honestos sin que perciban que no son las únicas en mi vida.

Mujer es la que me lleva a dejarlo todo para vivir el mundo fuera del mundo; la más reciente; la de las pasiones fugaces; la de la noches interminables; la de las caricias eternas; la del beso; con la que comparto el alma; la que cuida de mis entuertos; la que me sonríe; donde Dios nos hace embajadores el uno del otro; la de los dolores; la de los sabores; la de la fantasías; la de las realidades; de la de las responsabilidades; la que me hace ser un caballero; la que me hacer ser lo que soy; lo que puedo ser y lo que no; la del presente y futuro; la que carga el resultado de mi pasado; la que espero; con quien me duermo; con quien sueño; con quien me despierto; la que extraño en todo momento.

Tierra, me convoca a amarla y a erijir los sueños con que cada noche y desde siempre me ha acariciado, besado, dormido y despertado. Es de las que se impone en mí de tal manera que a veces hasta juega con mi auto-estima y hace que la vea a ella por encima de mí mismo.

Gente fue mi maestra en el arte del perdón. Me impedía odiarla, engañarla o despreciarla, a pesar de haber sido odiado, engañado y despreciado por ella. Aún así, son buenos tiempos los que vivimos juntos; aún así son muchos los gratos recuerdos que llevo y, en ella, hallé dimensiones ocultas de mí que desconocía. Es mi profesora, mi escuela, mi estudiante, mi hermana, mi colega, mi compiche, mi madrina y mi ahijada.

Creatividad no hallaba un sólo lugar donde estar conforme, tranquila y sedentaria. Por lo que no me queda más remedio que seguir andando con ella y permitirme que me lleve a donde sea que se le antoje llevarme. Se desvive por sorprenderme en cada momento y tiene una manera muy singular para convencerme de seguir amándola a ella, como a todas las demás mujeres de mi vida. Es la que me saca de apuros en los momentos precisos; es la que sabe cómo adornar el tiempo cuando se arrastra en la inercia.

Vida a veces es una ingrata que hace todo lo posible por alejarme de los caprichos (a veces con éxito, a veces sin), para enfocarme y hacer de mí un proveedor: para que llegue a casa con lo necesario de afuera para ella poder recibirme con la cena de cada tarde.  Todos los días me lleva una enfermisa pelea por su terrible celo de Muerte. Se frustra mucho porque sabe que, sin importar todas las bondades y detalles que tenga conmigo, es la única amante con que no podrá competir nunca. Aún así me ama y me inunda de detalles en cada uno de sus respiros.

Familia es la de los domingos soleados; la de los banquetes especiales; la de los chistes interminables; la ironía; la del perdón nunca viciado; la de la correa en mano; la del programa; la que me conoce tanto que sin querer deja de conocerme; la que nunca deja de extrañarme; la que nunca extraña; la del abrazo eterno; la de la palabra eterna y precisa; la que besa aun en la discordia; con la que siempre termino sentado en la mesa en los peores y mejores momentos; la que nunca duerme; la que siempre recuerda y te hace recordar; la de las manos suaves y cayosas; la del silencio cuando sale; la de los gritos en la casa; la que siempre se sienta atrás y en el medio; la que carga con viejos zapatos y los limpia, para regalarlos como nuevos; la de los problemas; la de las soluciones; la de los resultados; la que por más tiempo me ha amado.

Y en mi dilema de amores, me encuentro buscando alguna solución si existe alguna. Se me hace difícil pero inevitable el amarlas a todas de frente y con descaro, pues sé lo que cada una de ellas resienten de mis aventuras con las demás. Es un círculo amoroso que no concibe fin; es casi un vicio bendito al que no concibo cura; es un eterno encuentro de miradas y murmullos a lo lejos; una ventana de lágrimas resentidas y despechadas.

Para no seguir, hay que seguir.


Por: Roberto G. Rivera Sánchez ©2011

Porque me arrastro entre los confines de las sombras, necesito aguardarme nuevamente para empacar lo que hasta ahora he aprendido de la vida y andar hacia el monte, donde no tenga dolor que desvele por mi regreso.

Para no seguir sembrando dudosas esperanzas, para no tener que ser esperado, tendré que obscultarme entre sábanas de fango y crearme un pulgatorio entre los vivos y los muertos, en lo que logro cumplir con la tarea que me ha sido asignada.

Amar es el más hermoso de los oficios que la vida puede llegar a concedernos. Amar como el sol, que ilumina al mundo sin discresión de nadie, sin prejuicios, sin resentimientos, sin esperar una luz de vuelta. Amar es, sin duda, el más hermoso de los oficios que la vida puede concedernos. Mas sin embargo, es preciso vestir al amor de pausa, para no tener que cosechar desiluciones, ni esperanzas vacías de incertidumbres, ni poblar corazones de despechos. No hace bien tener que colgar relojes de lenta digestión a secar al sol. Así fueron uvas a parar a ser pasas… y luego resulta que son pocos los que gustan de comerlas.

Porque me arrastro en los confines de las sombras y mi ropa teñida, sucia y rota ya no le queda más vergüenza de acompañar mi rostro; porque todo se sigue cayendo en cantos y no queda más que acojer el fracaso y seguir andando.

Porque me topé con la vida, vivo aún cuando sobrevivo. Porque me topé con la muerte, vivo aunque sobrevivo. Porque me topé con el Amor, amo aunque sobrevivo. Porque me topé con la gente, vivo aunque sobrevivo. Porque me topo con el dolor, vivo aunque sobrevivo. Porque me topo conmigo mismo, vivo aunque sobrevivo.

Me iré con la frente en alto, mi cuerpo trepado entre los hombros y el corazón bien agarrado de su nido, dejando una foto de su rostro colgado de la espalda; viviendo entre las sombras en lo que me encuentro con el aire perdido.

Sueños de almohadas


Por: Roberto G. Rivera Sánchez ©2011

Esta vez, la segunda almohada de sueño, fue rellena de moscas y no de plumas ni algodón.
Lo interesante fue que los sueños flotaban en el aire; nunca antes los sueños tomaban vuelo… quizás las moscas no eran mala idea a pesar de todo.

El problema resultó siendo que, luego de éste gran descubrimiento, no habían suficientes moscas para hacer que los sueños floten desde sus almohadas.

Delirios nocturno-mañaneros: Despertando


Delirios nocturno-mañaneros, porque no se sabe cuando acabó la noche y cuando empezo el día. Salió el sol, pero mucho antes que él saliera, ya se había comenzado el jornal desde muy temprano la noche anterior, o como sea que se le llame.

Delirios cuando se levanta uno pensando mucho y se anda a paso de historia: leeeento; p q siempre cae justo cuando el cuerpo le da con hacerse el dormido para tener que cargarlo y no tener que levantarse con sus propios pies.

Delirios de golpes rondando el aura de lo cotidiano: el mirarse al espejo, restregar los dientes, descargar el sueño encaramado a los hombros, el ponerse la camisa atravesando la manga con una mirada crítica propia y  la otra manga con la mirada distante del «otro», hasta que finalmente metemos la cabeza por el cuello y levantamos la frente, a ver si el espejo viene con segundas opiniones.

En el delirio nocturno-mañanero, el «desayuno» -si alguno- viene combinado de muchas cosas: algo salado y dulce, para compensar lo dulce y amargo de la jornada. Se dividen las cosas por cucharadas, tratando de desenredar los nudos que quedan entre  el estar despierto y el estar dormido.

Como todo delirio nocturno-mañanero, el café es aquel elixir que se toma despacio para que luego terminemos andando con prisa; con calma aun dentro de la tormenta; claro, aun dentro de la incertidumbre; cansado, pero al fin despierto.

El corazón de vuelo


Roberto G. Rivera Sánchez ©2011

Mi corazón va amarrado a una chiringa, ansioso por alcanzar la nube más alta y cruzar hasta el otro lado del mar. Le solté un poco de hilo, pero no fue suficiente. Entonces, un poco frustrado y considerando la pena que pintaba mi rostro, me pidió que lo amarrara a la verja, para aprender a vivir como se vive en el aire. Me quedé con él toda la tarde y noche pero aun no lograba aclimatarse lo suficiente… sucede que desconocíamos que las alturas le daban vértigo. Aun así insistió en quedarse amarrado. En un momento que tuve que irme por un pequeño instante, unas aves que migraban al Norte, le enseñaron a volar y al regresar a encontrarme con mi corazón montado en chiringa, ya no estaba ahí. Les confieso que lo lloré mucho. Entonces comprendí que, a la vez que el corazón se crecía alas y volaba con las aves, yo me crecía un nuevo corazón… un poco más pequeño, pero mi gran amigo se encargó de no dejarme sólo a la deriva del mundo. ¡Así son los grandes amigos!

¡Un abrazo compañero, donde sea que te encuentres!

La despedida


Por: Roberto G. Rivera Sánchez ©2011

No importa cuántas veces, o cuán fuerte sea el abrazo, siempre q se desprende el encuentro para dar paso a la distancia -aun cuando sea por un corto tiempo-  consigo se queda un pequeño gran vacío q le ruega al tiempo por otro abrazo… otra «pequeña muerte».